Fue la concepción de Cristo

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1
Fue la concepción de Cristo
Por el Espíritu Santo;
Mas Su͜ espíritu͜ era lleno
Antes de servir a Dios.
Pero͜ aún fue bautizado
Con poder desde lo alto;
Al inicio de Su obra
El Espíritu bajó.
2
Los discípulos de Cristo
Del Espíritu nacieron,
Cuando El sopló en ellos
El Espíritu de Dios.
Pero͜ aún se bautizaron
En el Espíritu Santo
Cuando fueron equipados
Para͜ así servir a Dios.
3
Los de Efeso͜ y Samaria
Creyeron junto con Saulo,
Y͜ el Espíritu a todos
Trajo regeneración.
Pero͜ aún se bautizaron
Con Espíritu de lo͜ alto;
Con la͜ imposición de manos
Gran poder los revistió.
4
Nosotros también nacimos
Del Espíritu͜ al creer,
Y a diario recibimos
El Espíritu͜ al beber.
Pero͜ aún necesitamos
Del Espíritu͜ el bautismo,
Para͜ así ser revestidos
Cuando sirvamos a Dios.
5
¡Oh que experimentemos
El bautismo͜ espiritual!
Para͜ así ser revestidos
Con Tu poder divinal.
Por la͜ iglesia͜ en esta hora
Damos hoy la realidad
Del Espíritu͜ el bautismo
Con Su poder celestial.
1
Un Hermano

(7) En el espíritu de los creyentes

La regeneración tiene lugar en el espíritu de los creyentes. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). Esto indica que la regeneración procede del Espíritu en nuestro espíritu. El Espíritu divino regenera el espíritu humano con la vida divina. La regeneración, es decir, el recibir la vida divina, es algo que sucede en nuestro espíritu, no en nuestro cuerpo ni en nuestra alma. La función que cumple el espíritu humano es la de contactar a Dios. Nuestro espíritu fue hecho por Dios con el propósito de que un día ejercitásemos nuestro espíritu para contactar a Dios y recibirle en nuestro ser. En nuestro espíritu hemos sido regenerados del Espíritu.

La regeneración tiene lugar en la esfera de nuestro espíritu. La regeneración tiene lugar en el espíritu humano por obra del Espíritu de Dios con la vida divina. Por tanto, la regeneración no es un nacimiento de la carne que genere carne, sino que es un nacimiento del Espíritu, el Espíritu de Dios, que genera espíritu, nuestro espíritu regenerado. La carne es nuestro hombre natural, nuestro viejo hombre, nuestro hombre exterior, nacido de nuestros padres, quienes son carne. Pero el espíritu, nuestro espíritu regenerado, es nuestro hombre espiritual, nuestro hombre nuevo, nuestro hombre interno O de adentro (2 Co. 4:16; Ef. 3:16), nacido de Dios, quien es Espíritu (Jn. 4:24). Cuando nacimos de nuestros padres, nacimos como carne. Cuando nacimos de nuevo, al nacer de Dios el Espíritu, nacimos como espíritu. La naturaleza de la carne es humana por nacimiento, pero la naturaleza del espíritu es divina por nacimiento. Antes de ser regenerados, vivíamos por nuestra carne y nuestro ser estaba inmerso en la carne. Mediante la regeneración la vida divina fue impartida en nuestro espíritu por el Espíritu de Dios, y nuestro espíritu fue vivificado, regenerado.

(8) Para recibir la vida eterna

—la vida divina—

como simiente de Dios

Quienes han creído en Cristo han sido regenerados para recibir la vida eterna —la vida divina— como simiente de Dios (Jn. 3:15-16; 1 Jn. 5:11-13; 3:9). La regeneración es un renacimiento que trae consigo una vida nueva: la vida eterna. La regeneración, por tanto, es absolutamente un asunto de vida, no de mejorarse uno mismo. Recibimos la vida humana de nuestros padres. En la regeneración recibimos la vida divina de parte de Dios. Esto significa que por la regeneración nos fue impartida la vida eterna, la propia vida de Dios. En el momento en que fuimos regenerados, la vida divina entró en nosotros.

Lo que primordialmente recibimos mediante la regeneración es la vida de Dios. Todas las capacidades, las funciones y las actividades de un ser vivo se originan en su vida. Incluso su aspecto y expresión externos están determinados por su vida. Dios posee la vida más elevada de todas. Todo lo que Dios es y todo lo que está en Dios, se halla en la vida de Dios. La naturaleza de Dios también está contenida en la vida de Dios. Hemos recibido esta vida por medio de la regeneración.

La Conclusión del

Nuevo Testamento

Mensaje 129 (LSM)